En otro mundo…

Un amigo me preguntó hace poco que por qué no hablaba en mis vídeos de las cosas que me gustan y apasionan, que sería interesante que lo…

En otro mundo…

Un amigo me preguntó hace poco que por qué no hablaba en mis vídeos de las cosas que me gustan y apasionan, que sería interesante que lo hiciera, sin embargo, disiento de esa idea, porque sé que lo que a una persona le apasiona a otra no, y en mi caso es un poco más complicado.

Desde que tenía cinco años me gustaba todo lo que fuera ciencia y tecnología, recuerdo muy bien cuando a mis seis años descubrí cómo funcionaba la corriente eléctrica ya que había desarmado un pequeño juguete y no había logrado hacer que caminara el pequeño motor, fue en un programa de TV llamado “Lugar Secreto” donde mostraron que la corriente eléctrica necesita circular, fue entonces que cerré el circuito con un alambre y vi el pequeño motor moverse, igualmente me intrigó más aún qué hacía que eso pasara, así que desarmé el motor para encontrar dentro un par de magnetos, cobre y placas de metal en un núcleo, desarmé hasta el núcleo y luego pasé corriente en el cobre que enrollé en un clavo para descubrir el electromagnetismo, algo que consideré sumamente interesante en ese entonces.

Desde ese día, todo aparato eléctrico roto y descompuesto se convirtió en un mundo a explorar, entender qué hacía cada componente, tenía una obsesión con los magnetos, a parlantes y motores se los sacaba, también a recolectar el polvo de hierro que encontraba en aquellas montañas de arena en las casas que construían en mi vecindario, las buenas lluvias ayudaban a encontrarlo concentrado, tenía un pequeño balde casi lleno de esa arena metálica negra la cual vivía limpiando una y otra vez.

A los nueve años una tía fue a una tienda de materiales eléctricos y compró cuando componente pudo para dármelo de regalo, de los mejores regalos de esa época, rápidamente ensamblé una pequeña lámpara para leer. A los once años empecé a coleccionar una revista que enseñaba electrónica e incluía un componente eléctrico con cada ejemplar, logré armar una sirena con un chip 555, un capacitor y un par de resistencias, luego, las uní a un circuito que había hecho para crear una alarma para mi habitación usando una pequeña fotocelda y un relay, recuerdo como que fue ayer cuando llevé al colegio como experimento un electromagneto que hice con el hilo de cobre de un motor, usé un switch de seis contactos para cambiar la polaridad eléctrica y por ende, la magnética y con eso mover una brújula que puse en medio, brújula que hice de una aguja inmantada, lamentablemente ni los maestros entendieron qué era lo que hacía, en fin, lo eléctrico y magnético era toda una aventura que se detuvo cuando a mis catorce años descubrí la computación.

A mis catorce mi mamá decidió comprar una computadora para que le desarrollaran un sistema de control de inventarios y ventas, una poderosa computadora provista con un procesador x486 Cyrix de 66MHz con turbo a 80MHz, 4MiB de RAM y un disco duro de 500MB, y lo mejor es que venía ya con un kit multimedia, un CD-Rom y tarjeta de sonido marca Media Vision, era una nave todo eso en ese entonces, provista con Windows 3.1 ya se podía ver para dónde iba la tendencia de la interfaz gráfica, a pesar de que casi todas las aplicaciones útiles corrían en D.O.S.

La PC venía con manuales, porque nadie sabía cómo usarlas, y me leí todo el ingrato manual de D.O.S. para comprender cómo modificar el famoso autoexec.bat y el win.ini y el system.ini, otro mundo en ese entonces. Obviamente lo primero que me consiguieron unos amigos fue Motal Kombat en un disquete y Mortal Kombat 2 en tres disquetes, instalarlo era un dolor.

Fue entonces cuando empezó el desarrollo de la aplicación que mi mamá requería, los desarrolladores instalaron Fox Pro y luego de meses no concluyeron con el desarrollo de la aplicación, pero dejaron el código fuente, fue leyéndolo que empecé a tener mis luces de lo que era desarrollo, así que empecé a desarrollar mi propia versión del software conociendo muy bien la empresa de mi mamá, tomé un pequeño curso de desarrollo en un instituto cerca del famoso Paraninfo en Zona 1, al primer mes ya estaba compartiendo con el profesor cómo optimizar ciertos procesos y a los 3 meses había terminado de desarrollar la aplicación de control de inventarios y ventas para la empresa incluyendo un pequeño sistema de “autocomplete” para búsqueda práctica de productos al momento de cobrar.

Fue finalmente en el 96 que tuve acceso a internet, no podía creer todo lo que se podía encontrar, aquellos tiempos en que Altavista era mejor que Yahoo, los famosos chats de IRC, el ingrato Netscape Navigator, fue en ese entonces en el que busqué trabajo en tecnología, quería desarrollar páginas web, y en un ingrato café internet me dieron trabajo, limpiando mesas y atendiendo clientes.

Hago una pausa a esta reseña de mis inicios para continuar con el tema central, las cosas que me gustan y asombran, la tecnología es un milagro que pocos aprecian, pensar que todo, absolutamente todo lo que vemos en nuestros ordenadores no son más que ceros y unos que se archivan ya sea magnetizando una aleación metálica en un disco que gira millones de veces por segundo, o literalmente quemando la superficie metálica en un disco plástico, magnetizando una cinta, cargando eléctricamente una microscópica matriz en una memoria. Todos estos millones de millones de ceros y unos son interpretados por los ordenadores según encabezados o extensiones de archivos, cada 8 ceros y unos o bits, una letra ASCI de un texto, 8bits a una muestra de un archivo de audio PCM, 24bits para un colorido pixel a color y 32bits si tiene transparencia, 32bits para una instrucción a CPU o si hablamos de estas fechas, 64bits que incluyen desde qué instrucción ejecutar, dónde sacar los datos y dónde almacenar los resultados, millones de bits transmitidos como pulsos eléctricos en una red, como frecuencias vía un cable de cobre o como pulsos de luz en fibra óptica, procesados en billones de microscópicos transistores que pudieran cubrir un glóbulo rojo, transistores que hacen las del mismo relay con el que hice esa vieja alarma.

Y mientras me maravillo con la tecnología, mientras paso embebido desarrollo alguna nueva aplicación para un cliente o alguna sólo para pasar el tiempo analizando el infinito stream de Twitter en chunks JSON, levanto la vista y veo conflicto por todos lados, me doy cuenta que vivo en un país donde la gente sigue trabada en la discusión de qué los españoles conquistaron Guatemala, en que el conflicto armado fue culpa de uno u otro bando, en que la corrupción es la raíz de todos los males (y no lo es), en que todos y cada uno de nuestros problemas son culpa del presidente o del alcalde, que pereza realmente.

La tierra desde el Voyager 1, una mota de polvo suspendida en un rayo de luz.

Y así la pasamos aquí, seres literalmente creados del polvo de estrellas flotando en una pequeña mota en el universo, teniendo el más grande privilegio de tener conciencia de nuestra existencia y del infinito cosmos, sabiendo que en comparación al universo nuestro tiempo acá es una nada, la millonésima de la duración de un parpadeo, nuestras vidas son cual burbujas en un vaso efervescente, sin otro planeta al cual poder ir a corto plazo… ¿Y qué hacemos al respecto? ¿Aprovechamos el tiempo compartiendo y descubriendo este mundo y el cosmos? No, pocos lo hacen, prefieren seguir embebidos en el conflicto ya que es la única forma que conocen para subsistir.

Es justamente por eso que ahora invierto más tiempo en lo que no me gusta que en lo que realmente me apasiona, porque veo imperativo el invitar a más gente a cuestionar lo que nos pasa, que más gente razone las cosas, por ahí hay que empezar antes de platicar de cualquier otra cosa, porque por ratos pareciera que vivimos en otro mundo.