A mi querido amigo chairo

La palabra “chairo” tiene un origen bastante simpático, y en resumidas cuentas se pudiera tropicalizar al buen chapín a “pajero” o…

A mi querido amigo chairo

La palabra “chairo” tiene un origen bastante simpático, y en resumidas cuentas se pudiera tropicalizar al buen chapín a “pajero” o mentiroso, y queda como anillo al dedo a aquellos valientes que luchan contra el narco-político luego de aventarse un par de porros, aquellos que están en contra del capitalismo luego de tomarse un par de buenas cervezas, esos que luego de tomarse un café en Starbucks y una Crepe de Nutella en Café Saúl se quejan de la explotación de los recursos naturales y la bendita palma africana.

Tengo la buena o mala suerte de conocer y haber convivido con chairos de todas las clases y tipos, siempre he sido tolerante con todo tipo de personas, razón por la que algunos buenos amigos me dicen que pareciera que atraigo a gente extraña, pero no es eso, simplemente escucho a todos por igual sin escandalizarme de sus ideas o posturas y por supuesto, sin necesariamente coincidir con estas.

Por educación siempre fui tolerante al doble discurso del amigo chairo, aún del amigo hipster, ese cosmopolita con conciencia social que luego de bajarse un par de líneas me decía que Baldizón era lo peor por ser (según el) un narco-político, siempre me causó gracia compartir con aquel amigo chairo extranjero escuchándo sus anécdotas de cómo había salido con una menor, para luego acompañarlo en su vehículo placas “MI” u “O” para ir a comprar alguna botella de algún licor pasada la una de la mañana, que la ley es sólo para aquellos que no tienen consciencia social.

Cómo olvidar los after parties en la casa de aquel chairo que trabajó en la oficina del arzobispado, aquel que a todos los novatos nos contaba sus experiencias con cada tipo de estupefaciente, sus trips en ácido en la antigua y sus flashbacks en el trabajo, y como siempre, se acababa el mezclador y se compraba más, se acababa el alcohol y se compraba más, hasta el medio día que ya nadie aguantaba, hasta que el taxi que siempre llega sin llevarse a nadie dejaba de pasar a saludar de mano dos veces al amigo chairo.

Nunca olvidaré la charla con dos amigas chairas que eran pareja, entre litros de cerveza y luego de pasar casi dos horas escuchando por qué yo era un hombre blanco privilegiado producto del heteropatriarcado capitalista falocentrista, una de ellas me pidió que le diera un aventón a la misma esquina de siempre en la zona 10 antes de irla a dejar a su casa, al parecer necesitaba conectarse con los dioses del Olimpo para tener una sana comunión con el dios del insomnio.

Cómo olvidar a mi amigo encapuchado, ese vecino que no había fin de semana que no pasara tirado en el suelo luego de una sobredosis de alcohol, el valiente revolucionario que orgullosamente me contó como destruyó una cabina telefónica y cómo incendió una camioneta, porque ambos estaban muy caros, y nunca olvidaré su cara cuando le pregunté: “¿Y quién sale más jodido? ¿Vos que usas esa cabina y esa camioneta o los dueños?”.

Ay el amigo chairo, el que culpa de sus problemas a todos menos así mismo, a sus vicios, a su falta de autocontrol, de disciplina, de perseverancia y constancia, el amigo chairo que cuando embarazó a una de las amigas del club, paró trabajando de cajero en un banco, el “cineasta” que se pasa años para sacar una ingrata película de prostitutas, alcohol y drogas, financiado por la comunidad internacional, el que no conoce la higiene personal ni el respeto así mismo, en otra borrachera canta alguna canción romantizando al carnicero de La Habana mejor conocido como el comandante Ché Guevara.

A pesar de haber compartido un espacio y tiempo con el amigo chairo, nunca compartí ni sus ideales ni su cultura, nunca he sido ni tímido ni introvertido para necesitar alcohol con el fin de desinhibirme, además, siempre me pareció estúpido tomar a lo loco para ponerme (como dirían ellos) estúpido, en mi trabajo, el desarrollo de software, se necesita unas neuronas sanas, y a sabiendas de los que producen ciertas sustancias ilícitas, me parecía estúpido destruir mis neuronas, además, siempre he sido consciente de que las drogas tienen un precio muy alto, y no me refiero al económico, me refiero a la sangre que llevan, que no hace falta ser un iluminado para saber cómo el hampa asesina, roba y mata con tal de mantener el monopolio de ese negocio.

Ay el buen amigo chairo, el incomprendido intelectual de los vicios, amante del ocio y la buena vida a costillas de otros, ese justiciero social de cartón que según el, desafía el estatus quo al dejarse crecer toda melena corporal, el que luego de tatuarse hasta las encías y de perforarse cada rincón del cuerpo, se queja de ser discriminado por parecer personaje circense digno de protagonizar la película Hellraiser (1987).

El amigo chairo que siempre es dueño de toda la razón, el que ya leyó todos los libros (pero sólo de un bando, y sin entenderlos), el que tiene la solución a todos los problemas del mundo si tan sólo lo escucharan, pero es incapaz de organizar su vida, el que ya estudió todos los modelos económicos del mundo, pero que anda siempre sin un centavo, el que pide justicia pronta y cumplida sin siquiera tener la más mínima idea de cómo funciona el estado de derecho, el que por generaciones sigue produciendo más chairos embebidos en una lucha sin sentido que sólo trae atraso, y así, habla de progreso, ese parásito de la sociedad, merece ser llamado chairo, merece ser abochornado por lo que es, un estorbo al progreso y el desarrollo, un mentiroso compulsivo, un vividor acomodado, un holgazán bueno para nada, un chiste con patas de bonsai, un pinche chairo.